Entradas

Mostrando entradas de abril, 2014

El despertar

Se llega hasta la casa a través de un camino de tierra que bordea el mar. En aquel lado, éste es rocoso y encrespado, no hay arena ni nada que recuerde a una verdadera playa, y los márgenes están sembrados de arbustos punzantes y cactus amenazadores. Por eso es raro ver a alguien en las inmediaciones, ni siquiera en verano. Ahora es pleno agosto y el sol pega tan alto y tan fuerte que las sombras que hacen las ramas de las palmeras parecen pintadas con betún en el suelo, casi como si la tierra se hubiera abierto en grietas allí donde las hojas dibujan su silueta.  El caserón está abandonado, le faltan paredes y algunos trozos del tejado se han desprendido; incluso no tiene puerta. Su fachada ha sido pasto del arte urbano y sirenas, criaturas extrañas y palabras ininteligibles adornan su color viejo y desgastado. Aquí y allá se ven pedruscos, trozos de metal y escombros en general. La erosión y el tiempo han hecho mucha mella en un lugar que, a juzgar por tu porte altivo, debió tener

¡Impostura!

Dejé claras mis intenciones desde el principio. Yo iba a lo que iba, y se suponía que ella también. Pero había algo extraño en aquellos ratos de conversación en la cafetería de turno, algo que se me escapaba y parecía decirme, aquí hay gata encerrada. Nos conocimos por medio de un colega común, en una de esas noches difusas entre semana de alcohol y antros sombríos, donde se agazapan en las esquinas barrigudos con maletín. Yo carecía de lo primero pero portaba lo segundo, en la otra mano una copa que apuré de un trago antes de cogerla por el codo y sacarla ansioso de allí. Aquella noche lo hicimos en mi casa. Rompí mi regla en la impaciencia de culminar la jugada rápido. Pero después de aquello no repetí el error, y en las ocasiones siguientes íbamos siempre a algún hostal de poca monta que pagaba yo. Cero romanticismos, cero riesgos de que me pidiera quedarse a dormir. A ella la pareció bien todo lo que le expuse la mañana después del primer escarceo. Yo sólo buscaba una distra

Gracias, coronel

Imagen
Así es -suspiró el coronel-. La vida es la cosa mejor que se ha inventado.

Carta en el buzón de espera.

Me prometiste que no pasaría nada, pero aquí me encuentro, con la desazón pintada en el rostro. Llevo demasiado tiempo esperando, y no ceso de preguntarme, ¿a qué esperas tú? Dijiste que todo estaría bien, que sería rápido, que en breve volverías a mi lado de nuevo; en vez de eso, me desvanezco cada día un poco más, noto que mi cuerpo disminuye densidad, como un globo perdiendo aire, soltando lastre. He pinchado y descarrilo, la inquietud habita mis avenidas por lo demás desiertas. No me gusta la respuesta que me da el silencio cuando le interrogo exclamando, ¿se habrá olvidado de mí? Esa respuesta callada me hace languidecer. Entonces siento que me esfumo, que a ratos soy sólo humo, un mero recuerdo, una vaga presencia que camina de puntillas mientras la habitación se hace inmensa y me traga. Si tú no estás para mirarme no existo en los espejos. Si no me tocas no soy carne, si no me hueles no expulso aliento, si no me escuchas no tengo voz. Tal vez he olvidado quién soy mientra

Susurros

Hilas. Como una aguja que cose heridas y pincha, a veces pincha, pero un pinchazo suave placentero intenso y loco orgánico y orgásmico, como si la condición natural de la piel fuese ser cosida por ti, como si la recepción natural de la herida fuera tu hilar. Giras. Te enredas en un tejemaneje de estrellas girándote en torno a mi eje, y ruedas sin ruedas psicodélica coloreada e indómita salvaje y horizontal, generando una avalancha de riesgos que estoy dispuesto a tomar, consciente mi inconsciencia de que eres tú, la mejor meta eres tú. Aunque seas demolición. P .

Peces de estación

Tiene el pelo ralo y le empieza a escasear por la frente, lo lleva peinado hacia atrás y sus cabellos parecen hilos de pescar de distintos tonos grisáceos, tirados por algún marinero desde su cabeza hasta el mar de su cuello. Un bigote espeso le corona el labio superior que ahora se tuerce en un gesto que nunca reconocería como compungido. Usa gafas de cristal grueso y patillas color antiguo, tras ellas se entrecierran unos ojos casi celestes enmarcados de arrugas y pesares. Chaqueta marrón de ante, de esas con muchos bolsillos, pantalón azul de chándal, zapatillas Nike manchadas de tierra; el conjunto de los domingos. De uno de los bolsillos extrae un paquete de Winston y se enciende un cigarrillo. Se lo lleva a la boca una y otra vez, creando ondas de humo que se asemejan a su cabello y que encuadran su cara entre las nubes de la tarde. Mira al horizonte mientras espera en la estación. Acaba de ayudar a su hija a subir al tren. Le ha colocado la maleta, la ha acompañado hasta el