Entradas

Mostrando entradas de noviembre, 2013

A dos grados bajo cero

"Ser adulto es estar solo". Rousseau. No es invierno aún, pero sí lo es, y la corriente de gente se apretuja por las calles anónimamente para transmitirse calor. Yo me quedo fuera, ausente, observando desde una esquina el remolino de alientos y vahos, de miradas que no se mantienen y de manos que no se dan. Se comparte el calor interesadamente, por eso nadie se siente culpable, porque todos son piezas de un mismo engranaje. Y se necesitan. Si miras hacia arriba se ve la atmósfera cargada y densa allí donde está reunida la muchedumbre. En el resto de la ciudad, frío. En el resto de la ciudad, culpabilidad y engranajes rotos. Algo ha salido mal, la máquina del calor ha dejado de funcionar. Por eso la gente se estrecha, se reúne, siguen mirándose sin ver pero están cerca, cada uno piensa en sus cosas pero son un colectivo. Yo no puedo formar parte de eso, estoy condenada al invierno. Y lo acepto, no me importa. Ser adulto es aprender a estar solo. No quiero ent

¡Música maestro!

Hoy no he podido existir en el mundo real. Hubiera sido un suicidio, sí. Una muerte de esas cotidianas, del día a día, pero real. Que el dolor mata un poco bastante, de eso estoy segura. Así que me he largado. La forma más fácil de desconectar el cerebro y no centrarme en lo que quería centrarme ha sido enchufarlo a los auriculares. Que viva la música. La banda sonora de este día ha sido larga y variopinta, un poco de todo, como debe ser, pero con mucho de lo evidente y lo más innecesario: sad music, of course . Triste, ¿qué entendemos como triste? En un día como hoy, hasta las historias felices me lo parecen. Pero ha dado igual, diecitantas horas escuchando música sin parar. De un estilo a otro, de un ritmo a otro, del español al inglés, de saltar y tatarear a paralizarme en silencio con lágrimas por dentro de los ojos. La música y su magia de transportarnos y no hacernos sentir tan solos. ¿Cómo no? Si otros han sentido eso mismo que yo antes, si aquel sobrevivió para contarlo, mi vi

La segunda huida

"La herida es poca cosa, pero luego llega siempre el dolor, su abstracta maquinaria, para marcar a fuego nuestra vida, y el humo de ese fuego es lo que somos." Felipe Benítez Reyes . Cae la tarde mientras avanza el vagón por las vías de hierro; cada vez anochece más pronto, fuera y dentro. Las locomotoras ya no escupen humo, pero otro fuego está ardiendo. Por la ventanilla se ve otro tren pasar en sentido contrario. Se aleja. Se desvanece. Se fue. Mañana dice el mundo que la necesita. Ella contesta que no va a estar. Que ya le da igual que le pongan falta, que la expulsen de donde quieran, Eva y Adán hace tiempo que se fueron del paraíso.  Mañana insiste el mundo en que la necesita. Pero ella ahora sabe que está perdida. Le dice que lo siente, pero que va a fallarle. Cierra los ojos y se apagan las galaxias de su mirada. Una estrella muere en el cielo. El mundo decide dejarla sola. Huele a viejo y a usado el asiento, su propio olor se mezcla y se carcome. P

#11 El Juego de Ender. (Biblioteca de cámara)

Imagen
"Quiero ir a casa, pensó Ender, pero no sé donde está". En el 99% de los casos, el libro es siempre mejor que la adaptación al cine. Ésta no es una excepción, pero puedo dar gracias a la película porque por ella me animé finalmente a leer el libro antes de que fuera proyectada en los cines. Absoluto éxito de decisión. O no, porque ahora estoy enganchada a la saga. Dejando a un lado mis problemas morales con el autor, en 1985 nació un universo complejo y filosófico que tiene mucho que enseñarnos y hacernos pensar. Una ciencia-ficción muy distinta que oscila entre la fantasía y la ética como tejidos principales, en una trama que hila muy fino, tan fino que hace falta otra lectura. La segunda parte de la saga, La Voz de los Muertos, requiere al menos tres. No puedo ni quiero decir nada sin desvelar el argumento, a estas alturas casi todo el mundo lo sabrá, pero es un libro para adultos y jóvenes, sobre todo, para reflexionar. Reflexionar muy y mucho sobre los dilemas mor

Deslocura I

-Está escapando a mi control, son demasiadas conexiones. -Tal vez deberías darle un poco de tiempo, tomar distancia. -No puedo tomar distancia, me moriría de dolor y desasosiego, la ignorancia me desconsuela mucho más, no soportaría no saber, y el tiempo no hace más que ponerme contra la pared. -Debes decidir cuál es tu posición en este juego. -Lo sé, lo sé. Pero me resisto a explicar las reglas. -No lo hagas, nadie tiene porqué entender nunca sobre qué estamos debatiendo, al fin y al cabo esto es una cosa tuya. No tienes ni porqué explicártelas a ti. -Pero las conexiones... -Confía en mí, nadie se dará cuenta. Ni siquiera te das realmente cuenta tú. -Es un secreto a voces. -Las voces están sólo en tu cabeza. -¿Cómo ésta? -Exacto, como yo.

Gravedad cero

- Pasarán más años, mil años, e igual sentiré que el tiempo se ha detenido aquí. Que vuelvo a tener miedo, más miedo, y no sé a quien voy a acudir entonces, estoy perdiendo mi  gravedad . - Estaré, para lo que necesites. Los pasos se desvanecieron a lo lejos por la calle. - Te necesito a ti.

Cinco minutos con Mario

"El otoño en ti es siempre primavera y necesito huir a un mundo de miradas transparentes.  Debí haberte besado más urgentemente." Carlos Chaouen . ¡Ah, estás ahí! Hola, ¿cómo estás? Te veo genial, muchas gracias por venir. Perdona el retraso. Bueno, no digas nada, déjame hablar. Em... sí, bien, qué embrollo. Se me ha olvidado lo que iba a decirte, así que voy a improvisar. Traía un discurso preparado, no te creas, desde luego sabes que esto es muy importante para mí, lo más importante. Pero los nervios, ya sabes. Por eso he llegado también un poco tarde, estaba torpe, se me caía todo lo que tocaba, he roto medio piso hoy. Sí, no me mires así, sé que tú también estás rota, y que es culpa mía, pero hoy voy a convencerte para que me dejes volver a repararte.  Bien, ejem, ¿por dónde empezar? Lo que pasó, pasó. No voy a mentirte, eres una mujer inteligente y negarlo ahora sería insultarte. Además de inteligente eres preciosa, divertida, generosa... Ya, vale, perdona, no s

The magic trousers

They are getting too old, but why should that be a reason for throwing them away? My magic trousers. I know that you hate them. You've hated them from the first time when I was wearing the pair, but you didn't tell me that time, there was no confidence enough between us. But after time, it grew and you were sincere, even when I didn't ask you for it. I hate them, I don't like at all the colour and the shape on you, you said. But they were too confortable and close-fitting, and I kept using the trousers a lot. That's how they became magic. Because everything happened while I was on them. They got wet hundred times because of the rain and the snow, they stand me in the bike and with my falls, they celebrated parties and goodbyes, they travelled with me and helped me to reach the top of that castle, they sat on the green grass and got dirty, they were washed in my favourite laundry while I was reading books, they walked and walked on my legs, sometimes even the

Inventario

Hay períodos en la vida que pasan muy rápido, casi sin darnos cuenta, semanas en las que los acontecimientos se suceden y no podemos casi ni meditarlos, corren y corren y nosotros corremos tras ellos, viviéndolos a veces tan deprisa que no nos da tiempo a disfrutar las sensaciones que nos dejan. Creo que después de un buen día o  de un suceso importante que nos hizo felices, deberíamos siempre tener una jornada de reflexión, una especie de domingo tranquilo para relamernos de las emociones de la víspera, una calma que nos ayude a fijar los recuerdos y a disfrutarlos otra vez antes de que se desvanezcan sus detalles, una tarde de sofá y manta y cerrar los ojos para que por ellos pase de nuevo la película que hemos vivido recientemente. Yo procuro hacerlo siempre. Lo llamo hacer un inventario emocional. Para asegurarme de que lo cumplo, intento despertarme antes de la hora normal, y aprovecho ese rato en la cama para hacer el ejercicio de memoria y conservar esos momentos frescos, re

Champiñones

Todos los sábados el mundo te amanecía como un champiñón, blanquita, suave y aterciopelada. Removías las sábanas como limpiando telarañas y aparecías con tu pelo hecho selva. Yo estaba ya despierto, deshojándole rayos al sol. Era nuestro día compartido de la semana, tú te levantabas pletórica y yo me insuflaba de ti. Desayunábamos rápido y salíamos al bosque. Danzabas con tu cesta entre los árboles, mirando los colores otoñales en las hojas y en la tierra, recolectando algunas para tu colección. Yo te miraba a ti y a tus pies bailar caminando, y cuando entre ellos se cruzaban las raíces nudosas prestaba más atención. Descubría entre ellas los frutos del otoño, te los señalaba y tú te inclinabas para recoger los hongos. Tu mano delicada se fundía con la tierra y se volvía naturaleza. Respirabas verde y espirabas oxígeno. Sentirse vivo era una obligación allí. Después de algunas horas volvíamos a casa con la cesta hasta arriba, te dirigías al fregadero y limpiabas la cosecha con tus man