Cuento de verano IV

La decadencia.
Llegó sin avisar una tarde de agosto, aunque en verdad sí había mandado algunos avisos que no quisimos ver. Pero ese día tocó a la puerta con una realidad innegable y tuvimos que reconocerla y llamarla por su nombre. Y cuando se le pone nombre a las cosas ya no hay forma de ignorarlas.

Éramos sólo dos y otras veces dos solos, compañía o soledad. Y las grietas se fueron abriendo paso entre nosotros, en los muros de la casa que habíamos construido. Creímos que bastaba habitarla para conservarla, que bastaba hacerla latir para mantenerla sana. Pero la costumbre convirtió en ruinas los cimientos y la falta de estímulos enfermó el corazón.

El declive nos sorprendió en medio de telarañas y silencios, conviviendo con insectos de patas tan largas como la distancia que nos separaba. Nos creíamos tan cerca, y ese día algo nos abrió los ojos y nos despertó. Y al despertar vimos cortinas de humo entre los dos, sillas que no se sostenían y una cama partida por la mitad, ventanas rotas que encerraban una atmósfera densa y claustrofóbica. La adrenalina se oxidaba encerrada en envases herméticos, la monotonía era polvo sin barrer por el suelo, y el suelo se tambaleaba. 

La caída fue vertiginosa y duró unos segundos. Todo se hizo trizas en un instante tan corto como el pasado y tan largo como el futuro. De repente, las bisagras chirriaron, los postigos cedieron y la nube negra entre los dos se disipó y pudimos vernos otra vez, pero ya no éramos los mismos. Éramos otro tú y otro yo, y ya no éramos nada.

En aquellos segundos sentí las paredes caer a nuestro alrededor, los muros de un hogar que de pronto dejó de fingir serlo. Sentí los objetos volverse transparentes y te vi en medio de un desierto, donde no eras más que un espejismo. Tuve sed, náuseas y miedo. Supongo que tú sentías lo mismo.  Así que estábamos allí, en medio del vacío, sin saber en que dirección avanzar porque todos los sentidos habían dejado de tener sentido, preguntándonos cuándo habíamos empezado a decaer y a caer y a separarnos. No yo encontré respuestas, tú no diste soluciones.

Cuando el reloj de arena deslizó su último grano, nos miramos por última vez y emprendimos una nueva marcha, siendo dos solos, sin encontrar aún el sentido, pero en direcciones, más que nunca, opuestas.

Comentarios

  1. Fantástico...
    Para mí lo mejor es como dejas abierta una puerta al futuro, en medio de tanto pesimismo... con esa frase "Todo se hizo trizas en un instante tan corto como el pasado y tan largo como el futuro"
    En esencia, el futuro está aún por escribir y eso es lo importante, mucho más que dolores pasajeros que aunque hacen sufrir...SIEMPRE tienen fecha de caducidad...
    Un saludo y gracias por compartirlo
    E.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Millones de gracias señor E por tu comentario y tu impresión! Me encanta que hayas podido percibir esa puerta, que también he intentado dejar abierta cuando digo que se van en direcciones opuestas, pero sin saber aún el sentido. El sentido se lo dará el futuro, y quién sabe, tal vez se vuelvan a cruzar.
      Gracias por tus sabias palabras y por visitar mi blog, voy a echarle un vistazo al tuyo.
      Saludos!!!

      Eliminar
  2. De las tristezas se aprende mucho y con ese aprendizaje se hace el camino...
    Una bella y triste entrada Patricia, gracias por visitar mi blog, yo a partir de hoy visitaré el tuyo, me ha encantado tu forma de expresar emociones y por supuesto el contenido de las mismas.

    Un abrazo y muchas gracias

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias a ti Sofya, a mí también me ha encantado el tuyo, de entrada ya me conquistó con el título tan cierto y sabio. Nos vamos leyendo, que hay pocas cosas tan bonitas. Otro abrazo.

      Eliminar
  3. A veces caminar en direcciones opuestas es lo más directo a encontrarse a uno mismo que necesitamos. El problema es que en el momento no sabemos verlo y durante mucho tiempo nos lastra. Hay cosas a las que nadie se acostumbra nunca.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario