La vereda

Le tiemblan las entrañas y la voz, tiene la frente caliente y su paso es cansado. Se le ha acabado el tiempo.

Te pedí que le dijeras que era el momento, que cuidaras de que no se hiciera demasiado tarde, pero no me escuchaste. Nunca fuiste precavido, eres desconsiderado y desordenado hasta la médula. Eres un jodido desastre y ahora se ha estropeado todo.

Mírala. Mira como camina por la vereda, a tientas, arañándose con los rosales, aspirando flores muertas. La corona de su cabeza es de espinas, y los cardos le han herido los tobillos, sus sandalias son de sangre. 
Mírala, el icono de la muerte, la serpiente exhausta del paraíso, el pecado del olvido que ya no tiene a quien tentar. Mira lo que has conseguido, si tan sólo me hubieras escuchado...

Le tiemblan las rodillas y su piel ahora es de alambre; la vereda es aún más gris. Se alarga hasta el ocaso de los días sin fin.

Mira su legado, su sombra negra y desenfocada, mira el rastro que ha dejado tras de sí. Sólo tenías que parar el puto reloj, sólo tenías que avisarla. No fuiste capaz, maldito inútil. Deberías correr por la vereda tras ella, te lo mereces. Pero no seré yo el diablo, tampoco eso podría salvarla.

Me voy, me voy para siempre, antes de que sea tarde para mí, antes de que me empiece a arder la frente y el corazón como si estuviera en el mismo infierno. Ojalá te pudras tú allí.

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