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Mostrando entradas de febrero, 2012

Alto y claro, pero sin gritar.

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Ideas. Eso nunca nos lo impondrán.

Ardientes

Ardientes los ojos llorosos, que no saben cómo olvidar. Vinagre ácido en las heridas, más y más supuras con sal. Cuando creyó que había llegado, volvió a sobrepasar el final. Que borre de una vez por todas la estela con las olas el mar. Que lo borre todo para siempre... Que lo borre, ardiente, el mar...

No es posible

que cruja tanto.

Carne de cañón (2)

Cantaba el silbato del teniente a cargo a primeras horas de la mañana, recordando más que avisando, de que tras tal sonido todos debían andar en pie y en posición de firmes, o de fingidos… más bien. El joven siempre se había preguntado sobre el peligro de llamar de tal modo, pues si bien los pulmones del déspota mandatario, carcomidos de alquitrán, no eran precisamente de trompetista profesional, el enemigo bien podría tener un oído más fino aún que sus navajas, y ser advertido de los movimientos matutinos de su pelotón. Pero día tras día, en esa sucesión no numerable de la que hacía gala la rutina, no sucedía nada imprevisto, y al ruido acudían todos en tropel, arrastrando un entusiasmo que no tenían, a escuchar los planes de la jornada. A veces aprovechaba el teniente para regañar, dígase cariñosamente, sobre ciertos comportamientos innobles que se derrochaban entre los soldados. Pero la mente de nuestro hombre apagaba su batería, negándose a llenarla de malos pensamientos

Carne de cañón (1)

La guerra puede ser muy humana y muy animal. En ella, entre las filas de combatientes, pululan como pájaros en el cielo distintos tipos de aves. El águila real, el jefe, el que mueve los hilos y despluma convenientemente a su pobre ejército del aire. Los rapaces, los altos cargos que roban del nido ajeno, intentando escapar a costa de amarrar a otros inocentes. Y los indefensos gorriones, los bastardos peones a las órdenes de una causa que quizá no consideran la suya, que trafican con sus sentimientos y emociones, haciéndolos transparentes para ahuyentar un dolor que sabe a miedo y a pólvora. En este campo de batalla sin nombre, porque al fin y al cabo todos son iguales, se había encontrado varias veces nuestro hombre, anciano ya. Ciudadano sin esperanza ni bandera, que como tantos otros sólo era soldado a sueldo de una patria: la vida. Y el sueldo bien podía ser el aire para respirar. La guerra le arrastró sin quererlo ni proponérselo. Su paradójica historia comienza como l

Carne de cañón (0).

Veía pasar la vida ante sus ojos y no podía hacer nada para detenerla. Un día y otro, un momento y dos más, cien instantes que pulsaban las agujas de un reloj que ahora contaba los segundos hacia atrás. No quería morirse, aún no. Era demasiado tarde para eso. ¿Qué molestias tenía que tomarse ahora la muerte para vencerle? Ya había demostrado que era capaz de resistir a bastantes improperios y calamidades. A demasiados. Pero ya no.

Finally!

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Leuven http://heverleuven.blogspot.com.es/