Diario de sueños (2)

La iglesia estaba separada de nosotros sólo por una carretera y una escalinata rodeada de jardines por la que se ascendía hasta ella. Estábamos sentados en la puerta de una casa que estaba en la esquina de una de las calles paralelas, desde donde veíamos perfectamente, aunque lejana, la puerta del templo. Una esquina justo en diagonal con el lugar sagrado: bastaba cruzar la vía para llegar hasta su escalera. Una escalera muy ancha y larga, que colocaba a la iglesia en una elevación más notoria que el resto de los edificios de la ciudad. Pero la abundancia de sus jardines a diferentes alturas y la frondosidad de los árboles que la rodeaban, camuflaban su espigada silueta y la sumergían bien en el entorno, sin perder su grandiosidad. Era una iglesia en tonos tierra, vainilla y blanco roto, con un tremendo portón que la ennoblecía.
Los dueños de la casa descansaban apoyados contra un coche aparcado delante de su entrada, donde estábamos nosotros, conversando con ellos, y esperando.

La gente empezó a llegar. Fue rápido, la mayoría de los asistentes a la boda lo hacían en limusinas, así que no se formó el aglutinamiento de vehículos que pensábamos. La elegancia de los invitados contrastaba con nuestras ropas informales de diario. De hecho, recuerdo que yo iba en deportivos. Lo recuerdo bien, porque eso me ayudó a correr mejor después.
No sabíamos a ciencia cierta quién se casaba, pero el enlace había generado tal expectación y era tal la cantidad de medios que se habían hecho eco de la noticia, que no dudamos en visitar a nuestros amigos, mayores que nosotros, que vivían tan cerca del lugar donde iba a celebrarse.

Así que allí estábamos, pasando el rato con ellos mientras veíamos desfilar gente, y fotógrafos, y cámaras. De pronto todo se calmó. Intuimos que la misa había comenzado. El ambiente en la calle era tranquilo. Era un día soleado y se sentía una atmósfera como de mediodía, como de hora de la siesta. No se movía el aire y trascurrían los minutos como si hubieran puesto el sonido en off. El mundo estaba parado.

Y entonces noté algo en mi pecho, noté un leve dolor dentro de mí, abrí los ojos de asombro. Y la puerta de la iglesia se abrió de golpe con un ruido sordo.
Y empezó a salir gente, una marabunta descuidada, un jaleo extraño. De pronto había muchas personas por la calle, medios de comunicación gritando y moviéndose.
Y preguntaste, ¿qué ha pasado?
Y nuestro amigo dijo: Ella ha muerto.
Y oí más voces a nuestro alrededor: Un paro cardíaco… Se le ha parado el corazón… Era tan joven… Ha sido una descarga eléctrica… Se ha derrumbado en el suelo como una exhalación… Un infarto, sí, eso dicen… Justo cuando iba a dar el sí quiero… Muerte súbita…
Y vi la escena de su muerte en mi cabeza.

Y entonces, él salió de la iglesia, rifle en mano, y bajó las escaleras en picado, como en una estampida de bestias. Y con el esmoquin en el cuerpo y la venganza en la pistola, le disparó por primera vez a la vida que se le había escapado entre los dedos. Y continuó disparando.
El novio de la muerte, pertrechado por otros dos hombres trajeados, llevaba sangre en la mirada y rabia entre los dientes. Y en el momento en que le vi avanzar por la calle, supe que le había jurado al destino que iba a pagar por lo que le había hecho.
Por haber asesinado al amor de su vida, por haberle robado así su vida juntos, justo en el instante en que iban a gritárselo al cielo, justo cuando iban a decirse por enésima vez, que se amaban.
Vi la ira loca y asesina en sus ojos y el rifle en su mano. Te cogí y eché a correr.

Corrimos calle abajo, sin pararnos, durante un buen rato. Mis zapatillas ayudaban, nuestra carrera era limpia y veloz, pero entonces sin preverlo di un traspié y me enredé entre mi ropa… que ya no era mi ropa. Llevaba un vestido largo blanco, un vestido de novia. Pero tú no te inmutaste, no notaste nada raro, sólo me ayudaste a levantarme, cogiste la cola del traje, y volviste a correr con ella entre tus brazos y con mi mano entre las tuyas, ayudándome a avanzar.
La cabeza me explotaba, ¿qué demonios hacía yo vestida así? Tenía miedo, mucho miedo, no sabía por dónde iría el novio despechado dando tiros, si nos habría seguido, si andaría cerca, si habría ido en la dirección opuesta. No sabía nada, sólo que de pronto estaba vestida de boda, lo que podría ser un aliciente para matarme. Y para matarte a ti, que estabas conmigo. De pensarlo me daba vértigo y no podía casi ni andar.

Corriendo atravesamos calles y calles y llegamos al puerto, al paseo que rodeaba la playa de la ciudad. Nos apoyamos en las barandillas del muelle para recuperar el aliento.
Y volvió esa atmósfera calmada, con temperatura pesada y ecos de silencio, previa a la desgracia en la iglesia.
Me miraste, levantaste la mano con la que llevabas agarrada la cola del vestido, y con ella me apartaste el pelo de la cara. Y me besaste, largamente.
Me besaste y durante el beso tuve miedo, por si era el último, por si abría los ojos y tenías un tiro en el pecho, por si me notaba mojada en sangre, por si la belleza de nuestro amor desataba la envidia de aquel que lo había perdido todo.
Pero abrí los ojos y el vestido de boda había desaparecido; de nuevo llevaba mi ropa normal. Sonreíste y me dijiste: He pensado que si te besaba disimularíamos. Pero yo entendí la verdad en tu boca. Tú también habías querido despedirte, por si acaso.

Te abracé y contemplamos el mar, que empezó a desvanecerse bajo mis párpados…



NOTAS: El novio de la boda tenía la cara de Elijah Wood. No sé en qué ciudad trascurre, pero algunas calles por las que corrimos me recordaban a calles madrileñas, y el puerto podría ser Barcelona. Durante todo el relato una angustia me invade hasta que me besas y me abrazas. Al final del sueño, comienza otro en el que vamos al cine con unos amigos. ¿Interpretación? Aún ninguna.

Comentarios

  1. Umm, inquietante, no sé lo que significará, pero hay momentos en que la tensión es bastante grande. ¿Miedo a un compromiso? ¿Miedo a que un compromiso pueda suponer la fractura de todo?

    Ummmm. Interesante.

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